EL
MAYOR DESAFIO ETICO DEL PROXIMO SIGLO: EL ABORTO
FUNDAMENTOS Y SUGERENCIAS
Pbro.Dr. Juan Moya
-Dr. en Medicina, Dr. en Derecho Canónico-
“Sin una ecología antropológica, no es
posible una ecología cósmica”[i].
mientras no respetemos al hombre -a todo hombre, desde su concepción-,
mientras que en cualquier país del
mundo se sigan matando “legalmente” a millones de seres inocentes no nacidos, el
mundo no será humano...
Un
Congreso Nacional de Bioética, y más si se celebra en estas fechas en las que
estamos clausurando el siglo y el milenio que termina, parece una
oportunidad que no se puede
desaprovechar para volver a considerar el más grave problema bioético, social y
humano del siglo que termina, y que sin duda constituirá el mayor desafío moral
en el siglo que estamos a punto de comenzar.
Para
hacer un mundo más humano.-
A lo
largo de este siglo, junto con grandísimos avances científicos en el campo de la
medicina, junto a importantísimas victorias sobre enfermedades que a comienzos
de siglo y aún décadas después seguían siendo mortales -tantas enfermedades
infecciosas, entre otras-, hemos visto aparecer también, a escala mundial y en
unas proporciones gigantescas desconocidas hasta entonces, el recurso al aborto
como medio para terminar con embarazos no deseados. Hemos mejorado sustancialmente la
mortalidad infantil de la primera mitad del siglo; hemos alargado notablemente
la esperanza de vida y hemos erradicado enfermedades que causaban muchos miles
de muertes al año en todo el mundo. Y sin embargo, el número de muertes por
aborto supera con mucho todas las que hace décadas pudiera haber por una
infraestructura sanitaria y unos remedios terapeúticos mucho más
deficientes.
Si el
recurso al aborto supone ordinariamente un grave deterioro ético por parte de
los que acuden a él, es aún mayor su gravedad por parte de los profesionales de
la salud que lo practican -porque son plenamente conscientes de estar matando
una vida humana- y de las autoridades encargadas de velar por el bien común y el
derecho a la vida -que sin embargo
lo aprueban o lo toleran en determinadas circunstancias legales-. La
actidud de los médicos es capital para conformar de una manera o de otra -a
favor de la vida o en contra de ella- la mentalidad de los ciudadanos sobre el
aborto. Y el valor pedagógico de la ley y
el deber de proteger la vida y velar por el bien común agrava la
irresponsabilidad de los gobernantes que permiten el
aborto.
Terminamos
el siglo con una cualificación profesional cada vez mayor por parte de médicos y
enfermeras, con unos criteros deontológicos generalmente aceptables en la
mayoría de los casos, pero también desgraciadamente con un porcentaje de agentes
de la salud que han puesto sus conocimientos al servicio de la “cultura de la
muerte” -por intereses crematísticos u otros no justificables- en vez de servir
a la “cultura de la vida”[ii].
Son
muchos los aspectos bioéticos que afectan a la Medicina y a la vida de los
hombres, y en todos debe haber especialistas de las diversas áreas en conflicto
que se ocupen de ellos, pero es evidente que los esfuerzos más importantes y
valiosos deben centrarse en disminuir cada vez más la “plaga” del aborto, sin
comparación en número y en gravedad con cualquier enfermedad o causa de
muerte.
Tenemos
la experiencia de que hasta a los problemas más graves podemos acostumbranos,
porque no es fácil mantener la atención y la tensión necesarias para seguir, día
a día, esos problemas cuando se prolongan en el tiempo, y más aún si no vemos
una “salida” aceptable a corto o medio plazo. El peligro del acostumbramiento es
aún mayor cuando esos graves hechos lo son para algunos, pero no son
considerados así para otros; y si entre esos “otros” se encuentran importantes
medios de comunicación que silencian estos hechos o los manipulan -periódicos,
revistas, canales importantes de TV...-, podría llegar a pensarse que el tal
problema casi ha desaparecido, porque sólo de tarde en tarde se recoge alguna
noticia que nos “recuerda” que “sigue existiendo”.
Además,
vivimos en el mundo de la imagen, que posee una fuerza mayor que la de la
palabra, al menos para “el gran público”. Las imágenes de los niños hambrientos
de países de Africa las vemos con cierta frecuencia y nos conmueven a todos; o
las masacres étnicas, o los actos de violencia terrorista, etc. Pero raramente
veremos embriones o fetos descuartizados por succión o embriotomía, o fetos
enteros tirados en cubos de desecho tras la cesárea... No porque no se sepa
dónde encontrarlos o porque el número de estas masacres sea insignificante; por
el contrario, es infinitamente mayor al de las primeras. Pero no se considera
“políticamente correcto” mostrarlas.
Puntos
de referencia, para no perder sensiblidad.-
Algunas
de las consideraciones hechas van en la línea de ayudar a “recuperar la
sensibilidad” ante el aborto, si es que en algún caso fuera necesaria. Abundando
en esta misma finalidad podríamos añadir otras
comparaciones.
Estos
días estamos expectantes ante la posibilidad de que apliquen la pena de
muerte en la silla eléctrica,
en Estados Unidos, a un español acusado de asesinato. Los medios de comunicación
se han ocupado de mostrarnos imágenes del “corredor de la muerte” y de la
siniestra “silla eléctrica”: el sólo hecho de ver esos trágicos lugares mueve a
repeler, por incomprensible, innecesaria y cruel, la pena de muerte y nos
resulta insólito, que aún haya países -y más aún si cuentan con tantos medios
para asegurar que los reos culpables de delitos graves estén a buen recaudo- en
los que la autoridad civil aplique la pena capital. Las manifestaciones y las
protestas de los ciudadanos “de a pie”, y parlamentarios y legisladores de
diversos países piden la abolición de esta pena. Y es deseable que así sea, y
así se ha pronunciado claramente también el Papa y la Iglesia[iii].
¿Cómo no
aplicar actitudes al menos semejantes para el aborto, tanto más cuanto que ahora
no se trata de un “condenado”-o varios-, sino de millones, que además son
absolutamente inocentes.? No
es admisible la incongruencia de rechazar la pena de muerte y admitir
tranquilamente la legalidad de millones de abortos al año.
Si se da
por válido el aborto como “tratamiento” contra la “enfermedad” del
embarazo no deseado, por la misma razón habría que admitir la eutanasia como
remedio contra una “enfermedad grave y dolorosa no deseada”, y las
esterilizaciones y otros métodos anticonceptivos contra la “pobreza no
deseada”.
Es bueno
recordar el holocausto judio, como se ha hecho recientemente con motivo
de aniversarios históricos, para que no vuelvan a suceder nunca jamás semejantes
atrocidades. Mientras tanto, cada año siguen muriendo en todo el mundo, en
clínicas modernas, muchos millones más que los que murieron en las cámaras de
gas de los nazis. El “racismo” actual se extiende a todas las razas; aún más, no
se respetan ni a los propios hijos. El dios Cronos está de moda...[iv]
Con
motivo de los 50 años de la Declaración universal delos Derechos Humanos (10-XII-1998) se ha recordado el
progreso que ha supuesto para la humanidad el reconocimiento de esos derechos.
Pero sería un error y una hipocresía pensar que dicho reconocimiento sea
compatible con la legalidad del aborto. No puede haber ningún derecho real que
prevalezca sobre el derecho a la vida del inocente. La Declaración “no otorga los derechos que
proclama, sino que los reconoce ... por ser inherentes a la dignidad de
la persona humana..., con independencia de cualquier cultura, religión, contexto
político, social o económico”[v]. Y
el primero es el respeto a la vida.
Por ello el también reciente Sínodo de Obispos de Europa exhorta a los Pastores
de la Iglesia, y a todos los responsables del buen gobierno de los pueblos,
reservar “la mayor atención a todo lo que concierne a la vida humana desde su
concepción hasta la muerte natural y la familia fundada en el matrimonio: éstas
son las bases sobre las cuales se apoya la casa común europea”[vi].
El valor
de la libertad aparece a finales de siglo como un valor supremo, casi absoluto.
En buena parte el siglo que termina ha sido calificado como el siglo de las
libertades, porque tantos
pueblos han recuperado su independencia, su derecho a organizarse autónoma y
libremente. Siendo esto una realidad, no pueden considerarse verdaderamente
libres los que ejercitan abusivamente su libertad, arrogándose el derecho a
acabar con la libertad de los más desvalidos y necesitados de protección. Este
“colonialismo” es más grave e injusto aún que el cultural, económico o político
que hemos abolido en este siglo, y por tanto es más necesario terminar con
él.
Para
muchos países, la superación de sistemas de gobierno más o menos totalitarios y
la instauración de la democracia ha supuesto un gran adelanto. Pero no
podemos olvidar que la democracia es un ordenamiento y como tal un “instrumento”
al servicio de los derechos y la igualdad de todos los ciudadanos, no un “fin”
en sí misma, por lo que si aún con el consentimiento de una mayoría
parlamentaria se aprueban o se permiten leyes injustas -y no puede haber mayor
injusticia que aprobar la muerte de seres inocentes-, la democracia se
desvirtúa, se desnaturaliza. Su valor real depende de los valores que encarne o
promueva Y entre esos valores fundamentales el primero es el derecho a la vida.
“La democracia no puede mitificarse convirtiéndola en un sustituto de la
moralidad o en una panacea de la inmoralidad”[vii].
Vivimos
en tiempos de tolerancia, aunque no siempre bien entendida porque a veces
se identifica con ausencia de valores o un relativismo moral en el el que casi
todo sería válido. En todo caso, no cabe hablar de tolerancia mientras no se
“tolere” que nazcan los que no tienen voz para reclamar sus
derechos.
Es cada
vez más fuerte y sentida la necesidad de la paz en el mundo, la concordia
entre los países y dentro de las propias fronteras. Tienen “mala prensa”, y con
razón, los nacionalismos fanáticos que llevan al odio de razas y a la violencia
como medio válido para defender las propias ideas. No dejamos de presenciar
guerras crueles por estos motivos, tanto en países de Africa o Asia como en el
corazón de la culta y “civilizada” Europa. Pero no es un fanatismo menor ni
menos frecuente el del que no deja nacer al que no tiene otra “culpa” que haber
venido a la existencia sin deseo de sus padres. No podrá haber verdadera paz en
el mundo -porque no la hay en la conciencia- mientras no se respete toda vida
humana, incluida la del no nacido.
El siglo
que termina ha sumado más muertes por conflictos bélicos que posiblemente
todos los anteriores siglos juntos; en todo caso varios millones, que en su
mayor parte podrían haberse evitado con un mayor respeto a los derechos
legítimos de los pueblos. Lamentablemente, como es sabido, el número de muertes
por aborto en sólo unos años en el
mundo supera al de los fallecidos por causa de la guerra en todo el
siglo[viii].
Es de
desear el bienestar material de todas las personas, el progreso económico de
todos los pueblos con una más justa distribución de las riquezas. Pero el
verdadero progreso incluye necesariamente avanzar en valores humanos, entre
los que ha de estar en primer lugar el respeto a toda vida humana. La ciencia y
la técnica ha de estar al servicio de la persona, y no al revés[ix]. Nadie
consideraría como progreso deseable el hecho de que hoy pueda haber bastantes
países con posibilidad de fabricar armas nucleares.
Otros
graves problemas que hoy preocupan a todas las personas e instituciones son
los malos tratos en las familias y el abandono de menores (los
“niños de la calle”). Son frecuentes las noticias en la prensa que contribuyen a
sensibilizar la opinión pública, a denunciar esos casos cuando se den, a tomar
medidas por parte de las autoridades competentes, etc. ¿Qué habría que decir y
hacer sobre los “malos tratos” de esos “menores” en los que el “abandono” llega
hasta la muerte...?. No habría
espacio en los periódicos ni jueces suficientes para atender las
infinitas demandas que estos casos podrían originar.
Otras
veces se recurre directamente a campañas anticonceptivas y esterilizaciones[x] -y de hecho posiblemente al aborto en
algunos casos- como control demográfico para evitar el crecimiento de países
pobres. Es una actitud paternalista e interesada de los países ricos para no
perder el control de esos países del tercer mundo. No está demostrado que vayan
a faltar alimentos; más bien puede demostrarse lo contrario, por los grandes
avances en la explotación de recursos, ingeniería genética, etc[xi]. En
todo caso, el hambre puede evitarse; la vida no puede devolverse. También están
“en baja” las previsiones catastrofistas sobre la explosión demográfica; hoy hay
que hablar más bien de “implosión”, en países, como los de Europa, donde el envejecimiento de la población es
cada vez mayor y no está asegurado el recambio generacional mientras no crezca
la tasa de nacimientos, que está por debajo del 2,1 necesario para ese
recambio[xii].
El
verdadero progreso se podría expresar también diciendo que consiste en fomentar
la cultura de la vida, es decir, el respeto mutuo entre todos los
hombres, el reconocimiento de la dignidad de todo ser humano, la protección real
de toda vida humana, la atención especial al más débil y necesitado, el clima de
afecto que debe estar presente en las relaciones entre los hombres, etc. El
aborto -como la eutanasia, los actos terroristas y tantos otros atentados contra
la vida- es la antítesis de la cultura de la vida: es directamente la cultura
de la muerte, aunque no dé la cara, aunque se difunda
silenciosamente...
Tampoco
podemos acostumbrarnos a admitir, en España, la legalidad de los supuestos en
los que está despenalizado el aborto. Porque haya abortos legales e ilegales, no
hay abortos “buenos” y “malos”, o “justos” e “injustos”[xiii]. El
valor pedagógico de la ley va calando en las conciencias de los ciudadanos,
tanto más cuanto menos formación y criterios éticos tienen. Todos nos deben
preocupar por igual, aunque los ilegales sean más fáciles de combatir y evitar.
El
embrión, un nuevo ser.-
Todas
estas consideraciones serían improcedentes si el embrión -desde el instante
mismo en que ha habido fecundación del óvulo por el espermatozoide y comienza la
división celular que dará origen a las diversas fases de desarrollo embrionario
(mórula, blástula, embrión, etc)-, no fuera ya un nuevo ser vivo, con vida
propia. Pero este hecho biológico es indiscutible, desde hace mucho tiempo, para
la gran mayoría de los conocedores de la biología humana. Los avances en el
estudio de la biología genética y molecular confirman la existencia de esa nueva
vida. Ha quedado demostrado que no hay “saltos” cualitativos en el desarrollo
del embrión, que todo el proceso es una misma unidad, en la que a partir de la
unión de los dos gametos no cabe hablar de un “antes” de empezar a haber vida y
un “después”. Todo el proceso ontogénico se desarrolla de un modo coordinado,
continuo y autónomo, en el que no hay niveles que separen etapas de menor o
mayor vitalidad. El conocido informe Warnokc, en el nº 19 afirma: “ningún
estadio particular de proceso de desarrollo es más importante que otro; todos
forman parte de un proceso continuo (... ). De modo que biológicamente no existe
en el desarrollo del embrión ninguna fase particular antes de la cual el embrión
“in vitro” podría dejar de ser mantenido en vida”[xiv].
Evidentemente se ha de aplicar el mismo criterio al embarazo normal. El
verdadero salto cualitativo esencial se produce justamente cuando dos células
(los gametos), entre las que existe una mera relación externa, pasan a formar,
por su unión, una única sustancia; y ahí comienza una nueva vida[xv].
Por este proceso continuo, en el que
todas las fases son importantes y cada una se apoya y parte de la anterior, la
aparición de la notocorda, comienzo del sistema nervioso, en torno al día 14 del
embarazo, no puede considerarse el momento real de la nueva vida, pues como
decimos ese momento ha venido precedido “inteligentemente” por fases anteriores
del desarrollo, como las que seguirán a partir de entonces. El concepto de
“preembrión” -así llamado por algunos antes de la aparición del sistema
nervioso- es opuesto a los datos de la biología, pues el embrión comienza a
serlo desde el momento de la fecundación[xvi].
Que
nuestro cuerpo comienza a existir desde el momento de la fecundación es algo tan
patente que de no ser así no tendría ningún fundamento biológico -otra cosa es
la ilicitud ética de estos procedimientos- la fecundación “in
vitro”.
Como
decimos, la mayor parte de los embriólogos y especialistas en genética están de
acuerdo en que el embrión es un ser humano desde el principio. Está demostrado
que durante la ontogénesis o desarrollo del embrión no es cierto que se pase por
estadios intermedios o niveles de organización que corresponderían a formas
inferiores de vida de otras especies, y que serian por sí mismas viables y con
sentido. No es aceptable que en el desarrollo del embrión existan escalones
discontinuos; no hay saltos. Dicho desarrollo tiende siempre hacia su
configuración final, con la capacidad o potencialidad de ir atravesando las
distintas fases previstas en su código genético hasta llegar al nacimiento y
posterior maduración y crecimiento. Por tanto, no se es hombre sólo a partir del
nacimiento, como no se es sólo a partir de la existencia del sistema nervioso en
el embrión (a partir de la segunda semana de la fecundación), pues todo lo que
el hombre es en su plenitud -orgánica o estructuralmente- está ya contenido
potencialmente en el zigoto. No faltan estudios en los que se profundiza con más
detalles en estos aspectos básicos, que aquí damos por conocidos[xvii].
Siempre
pueden aportarse nuevos datos que corroboren la realidad incuestionable del
nuevo ser que se origina a partir de la fecundación, con un código genético
propio, distinto del de sus progenitories, que si no se interrumpe su proceso
ordinario de desarrollo dará lugar al nacimiento de un hombre o mujer al término
de 9 meses. Pero tenemos ya datos fehacientes más que sobrados. Pretender negar
la existencia de un nuevo ser no podría hacerse en rigor desde la biología;
habría que acudir a un concepto seudofilosófico de “vida”, o de positivismo
jurídico, que no sería real, porque no respondería a lo que las leyes básicas de
la genética y la embriología humanas -que son las propiamente deben definirla-
entienden por vida.
El
hombre se define por su constitución, que posee desde que es concebido, y no por
su morfología o funciones[xviii]. Y, por
otra parte, los intentos de separar las nociones de “hombre” y “persona” son
ficticias o fruto de un juridicismo reduccionista. El hombre no posee otra
modalidad de existencia que la de ser persona (ser individual de naturaleza
racional)[xix]. El
feto no es potencialmente una persona o “una persona potencial”. No
existen “personas potenciales”, como no existen “pájaros potenciales”. Sí
existen gametos que pueden llegar a ser una persona humana, pero los gametos no
constituyen un individuo de la especie humana. El feto no es una persona
potencial, sino que es actualmente una persona humana, con potencialidades
todavía no actualizadas. Por tanto no se trata de un desarrollo “hacia el ser
hombre”, sino del desarrollo “de un ser humano”.[xx]
“No
matarás”. El valor absoluto de la vida humana.-
Si
efectivamente el concebido no nacido es un ser humano, no puede existir una
autoridad en este mundo que legítimamente apruebe o permita su muerte. “No
matarás”[xxi]
es un
mandato imperativo de Dios que obliga en conciencia, sin excepciones, a todo
hombre de buena voluntad. No es un mandato que limite los derechos legítimos de
ningún hombre, sino el límite infranqueable que no podemos sobrepasar si
queremos hacer que la vida humana y la convivencia sean realmente posibles en un
clima de respeto mutuo e igualdad en la dignidad. Es un mandato que no va contra
ningún hombre, sino por el contrario a favor de todos los hombres. Es un
mandamiento, que como todo los que provienen de Dios, “no está nunca separado de
su amor” por el hombre, porque es la expresión de su protección y
custodia y signo de la dignidad de todo ser humano, “imagen viva de Dios” y “rey
y señor” de la tierra[xxii].
Pero
esta realeza del hombre sobre las cosas y sobre todo de sí mismo, “no se trata
de un señorío absoluto, sino ministerial, reflejo realdel señorío
único e infinito de Dios. Por eso, el hombre debe vivirlo con sabiduría y
amor” y, por tanto, obediciendo libre y gozosamente a la ley de Dios. El
hombre no es dueño absoluto y árbitro incensurable de la vida, sino
“administrador del plan establecido por Dios”, y en esto radica “su grandeza sin
par”[xxiii].
Por
tanto, “sólo Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su término” y
“nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo
directo a un ser humano inocente”[xxiv].
Por ser
imagen y semejanza del Creador, “la vida humana tiene un carácter sagrado e
inviolable, reflejo de la inviolabilidad misma del Creador” y “precisamente por esto, Dios se hace
juez severo de toda violación del mandamiento ‘no matarás’, que está en la base
de la convivencia social. Dios es el defensor del inocente”[xxv].
Evidentemente,
este mandato, en su formulación negativa -indicando así, como decíamos, el
límite que no debe ser transgredido- conduce, implícitamente, a la actitud
positiva de respeto absoluto por la vida[xxvi].
Fiel a
las enseñanzas de su Maestro, desde siempre la Iglesia ha velado por la
protección de la vida humana desde su origen. Así, en el libro cristiano no
bíblico más antiguo, la Didaché o doctrina de los doce apóstoles, escrito
posiblemente en Siria en la primera mitad del siglo II[xxvii], selle,
“no matarás al hijo en en seno de su madre, ni quitarás la vida al recién
nacido”[xxviii]. En los
primeros siglos, el homicidio -y por tanto el aborto- se consideraba entre los
tres pecados más graves (junto con la apostasía y el adulterio), y se exigía una
penitencia pública particularlmente dura y larga antes de que al homicida
arrepentido se le concediese el perdón y su readmisión en la Iglesia[xxix].
Por el
valor absoluto del mandato “no matarás” cuando se refiere a la persona inocente,
“nunca puede ser lícita ni como fin, ni como medio para un fin bueno” la
decisión deliberada de privar a un ser humano inocente de su vida. Y ante
esta norma moral “no hay privilegios ni excepciones para nadie. No hay
diferencia entre ser dueño del mundo o el último de los miserables de la tierra:
ante las exigencias morales somos todos absolutamente iguales”[xxx]. El
Concilio Vaticano II califica al aborto, junto con el infanticidio, de
“crimenes nefandos”[xxxi].
Y Juan
Pablo II, en su documento más importante sobre el respeto a la vida humana, la
Encíclica Evangelium vitae que venimos citando, de modo solemne declara:
“Con la autoridad conferida por Cristo a Pedro y a sus Sucesores, en comunión
con los Obispos de la Iglesia Católica, confirmo que la eliminación direicta
y voluntadria de un ser humano inocente es siempre gravemente
inmoral”[xxxii].
Juan
Pablo II, en su anterior encíclica Veritatis Splendor, en la que sienta
las bases necesarias de aspectos esenciales de la Teología Moral, como la
relación entre la libertad y la verdad, recuerda la doctrina de los actos
denominados “intrínsecamente malos”, que son aquellos que “lo son siempre y por
sí mismos, es decir por su objeto, independientemente de las ulteriores
intenciones de quien actúa y de las circunstancias”[xxxiii]. Estos
actos son los que vulneran los valores absolutos, que no admiten excepción como
hemos dicho. Entre otras cosas, “todo lo que se opone a la vida humana”, como el
aborto, es un acto intrínsecamente malo.[xxxiv]
Por su
especial gravedad, no se puede aplicar a estos casos el principio de la
tolerancia, que es aquel por el cual en algunos casos es lícito tolerar un mal
menor a fin de evitar un mal mayor o de promover un bien más grande. El aborto
no es un “mal menor”, ni de su tolerancia se puede derivar un “bien mayor” que
el de respetar toda vida humana. Por otra parte, nunca es lícito hacer
directamente el mal para conseguir un bien[xxxv].
En los
actos intrínsecamente malos, como el aborto, una intención buena o determinadas
circunstancias pueden atenuar su malicia, pero no pueden suprimirla. Esos actos
son “irremediablemente” malos por sí y en sí mismos, y ni ls circunstancias ni
la intención pueden cambiarlo en honesto o justificable[xxxvi].
En este
documento fundamental también recuerda el Papa que “la firmeza de la Iglesia en
defender estas normas morales universales e inmutables está sólo al servicio de
la verdadera libertad del hombre”, porque “no hay libertad fuera o contra la
verdad”[xxxvii]. Y esta
firmeza en la defensa de la verdad “es una forma eminente de
caridad”[xxxviii]. De otra
parte, es necesario recordar que Jesucristo “fue ciertamente intransigente con
el mal, pero misericordioso hacia las personas”[xxxix]; y así
actúa también siempre la Iglesia.
Algunas
posibles medidas para implantar la “cultura de la vida” y disminuir los
abortos.-
Por
último, llegamos a esta última parte de la exposición en la que considero que
vale la pena centrar esfuerzos, encontrar soluciones eficaces (aunque algunas o
muchas ya estén llevándose a cabo con más o menos intensidad y extensión). Sin
descuidar los estudios científicos sobre embriología, genética y ciencias
básicas en general que permitan conocer cada vez mejor la nueva vida que surge
desde la concepción; y también sin dejar de profundizar en los fundamentos
éticos del respeto a la vida humana, no parece menos importante desarrollar
“estrategias” que ayuden a prevenir los embarazos no deseados a
ayudar a las madres solterlas y a aplicar medidas coercitivas contra los abortos. A ello dedicaré
esta última parte del trabajo. Casi me limitaré a enunciar esas medidas, de
diversa envergadura y dificultad, muchas de las cuales requerirían un estudio
posterior más detallado.
a) Para
prevenir los embarazos no deseados.-
1. La
prevención eficaz equivale en buena parte a evitar los embarazos no deseados.
Para ello es imprescindible una buena educación sexual que forme a los
jóvenes en un sentido correcto de la sexualidad, integrada en la madurez
afectiva, orientada al amor y al matrimonio. La familia, la escuela y la Iglesia
deben complementar sus esfuerzos. Como es sabido, hoy es muy mejorable la
educación moral que se recibe tanto en la propia familia, como, sobre todo, en
los colegios e institutos[xl]. A su
vez, como es sabido, una corecta educación sexual requiere una adecuada
formación doctrinal y moral general.
Desde
luego no es una buena formación ética la del que recurre a métodos
anticonceptivos para evitar un embarazo. Y el recurso habitual a esos
procedimientos acaba llevando a un concepto de la sexualidad sin trascendencia
ética, a la difusión de una mentalidad de permisivismo sexual y de menosprecio
de la maternidad que no pocas veces suele ser el paso previo al aborto cuando
esos métodos han resultado ineficaces por una u otra causa[xli]. De
hecho, la difusión de los procedimientos anticonceptivos no ha supuesto una
disminución de los abortos; éstos por lo general han seguido creciendo
independientemente de que sean cada vez las mujeres que tomen “píldoras” o
recurran a preservativos.
2. Sin
duda la drogadicción y el alcoholismo son dos causas muy frecuentes de
embarazos no deseados, y de abortos. Todo lo que contribuya a la disminución de
esos hábitos repercutirá muy favorablemente en evitar gran número de
abortos.
3.
Conseguir, que la formación etica que se imparta a todos los niveles de
enseñanza sea correcta, asentada en una antropología que parta del hombre como
ser abierto a la trascendencia, sin caer en reduccionismos que niegan o reducen
su libertad y su responsabilidad, o niegan la existencia de normas morales de
valor absoluto (relativismo ético), o ponen el énfasis en lo pragmático o lo
útil (éticas materialistas de distintos signo), o niegan la capacidad del hombre
para conocer la verdad (pensamiento “débil”)[xlii].
4. Al
menos en los países, como España, en los que el aborto sigue siendo un delito
despenalizado en determinados supuestos, habría que evitar que se apruebe el uso
de la píldora abortiva RU-486, porque su empleo equivaldría a aprobar el
aborto al menos durante las semanas siguientes al embarazo en que puede
emplearse bajo control médico[xliii]. Habría
que aplicar el mismo criterio a otros preparados farmacológicos existentes o que
puedan fabricarse que tengan una acción similar.
5. En lo
posible, procurar que todas las Facultades de Medicina, Farmacia, Escuelas de Enfermería, tengan
cátedras de Bioética y Deontología bien dotadas, con profesores
prestigiosos bien formados, y que esa materia forma parte del “curriculum”
académico de los alumnos. Podrían organizarse también cursos de “post-grado”,
para doctorado u otros licenciados que tengan interés en
cursarlos.
6. Esas
mismas cátedras, además de las clases ordinarias, podrían organizar alguna
actividad más destacada a lo largo del año con especialistas de relieve de
diversas áreas relacionadas, para suscitar interés por el estudio del
respeto a la vida humana.
7. Debe
mantenerse e incluso incrementarse
la organización y altura de los Congresos nacionales e internacionales de
Bioética, consiguiendo el adecuado eco en los medios de comunicación sobre
sus conclusiones a favor de la vida.
8.
Sensibilizar al Estado por medios diversos para que no dedique menos
medios a la protección de la embarazada, que los que destina -por ejemplo- para
costear los abortos legales y discutibles campañas anticonceptivas o de supuesta
prevención de enfermedades de transmisión sexual.
9.
Estar, con oportunidad, más presente en los medios de comunicación, con
artículos, entrevistas, noticias, videos, etc, que contribuyan a valorar y
defender la vida del no nacido y hagan ver la gravedad del aborto.
10.
Colaborar cuando sea posible con organizaciones pro-vida, con instituciones
de la Iglesia, etc, para dar charlas y conferencias divulgativas sobre estos
temas.
11.
Siempre ha de ser una tarea necesaria hacer llegar una correcta información
sobre estos temas a los legisladores, para que actúen en conciencia y no
siguiendo los intereses particulares o de partido. La objeción de conciencia a
la hora de votar leyes o tomar decisiones que afecten directamente a la vida
humana debe ser respetada.
12. No
se puede renunciar a “ganar terreno” en la legislación a favor de la vida y en
contra de la despenalización o legalización del aborto. Un aspecto concreto
sería asegurar mejor el cumplimiento de las garantías necesarias para la
legalidad de los supuestos de aborto. Como es sabido, el modo en el que
actualmente están determinadas en España es muy impreciso y, por tanto, muy
fácil de aplicar a casos que realmente no cumplen esos
requisitos.
13. No
se pueden olvidar tampoco los abortos que se producen por técnicas de
reproducción asistida[xliv]
o, en
algunos países, por producción de embriones humanos por estos mismos
procedimientos o por clonación para fines terapeúticos[xlv].
14. Es
imprescindible estar lo más presente posible en foros internacionales
(Conferencias mundiales sobre población), para influir positivamente en
conceptos tales como “derechos reproductivos”, “maternidad segura”, etc,
aparentemente neutros pero de hecho anticonceptivos y con el riesgo de que sean
abortivos.[xlvii]
15. Se
sugiere por último la posibilidad de que “Cuadernos de Bioética” organice un
Comité especial de seguimiento del aborto, con expertos de diversas áreas, para
el estudio de medidas concretas, iniciativas, actividades, estudios, etc,
encaminados a evitar los abortos y promover desde muy diversos ámbitos la
“cultura de la vida”. Otros organismos privados o públicos podrían hacer lo
mismo.
b) Para
evitar abortos en embarazos no deseados.-
1.
Muchas de las medidas o sugerencias anteriores tienen también validez en estos
casos, cuando ya ha habido un embarazo no deseado y existe el riesgo de que los
causantes no quieran llevarlo a término, por decisión propia o por influencia
del entorno.
2.
Aumentar las ayudas oficiales y privadas a madres solteras, no sólo en el
aspecto material, sino también en el informativo, psicológico, asistencial,
etc.
3. A
través de las asociaciones pro-vida y otras instituciones, procurar conocer
al mayor número posible de madres solteras para entrar en contacto con ellas
y ayudarles en su embarazo. Entre otras cosas, si no desearan querdarse con su
hijo después de nacer, facilitarles que lo entreguen para ser adoptado.
Pueden hacerse algunas campañas informativas con este fin.
c)
Medidas coercitivas.-
1. Los
ciudadanos respetuosos con la vida no deben dar su voto a partidos que promuevan
el aborto.
2.
Incrementar desde todas las instancias posibles las demandas contra todos los
abortos que no se ajusten a la legalidad.
3. Se podrían
fomentar campañas, a través de asociaciones de consumidores, de
tele-espectadores, etc, para no comprar productos de multinacionales que venden
píldoras abortivas.
4. Los
Colegios de Médicos podrían llevar, hasta donde sea legalmente posible, la
sanción o recriminación a médicos que practiquen el aborto. Es lógico que a un
conductor que conduce con grave imprudencia le puedan retirar el carnet de
conducir por un tiempo o para siempre. Un tribunal de justicia puede retirar
temporalmente del ejercicio de la judicatura a un juez al que se le acuse de
grave irresponsabilidad en el desempeño de su oficio. Posiblemente también se
sancionaría con una medida semejante a un médico que ejerciera con negligencia
grave su profesión y llevase a la muerte a algún paciente. Es objetivamente
injusto -la esquizofrenia entre deontología y legalidad- que la legislación
pueda amparar al médico que mata a inocentes, siempre que lo haga dentro de la
“ley”[xlviii].
Recomendación
final.-
Sugiero
-aunque supongo que está ya en la mente de los responsables de esta reunión
científica- que este Congreso de Bioética incluya entre sus conclusiones o
“mensajes” finales, el empeño decidido de poner entre sus primeros objetivos la
búsqueda de la defensa de la vida desde el nacimiento hasta la muerte en el
siglo que estamos a punto de empezar, como requisito imprescindible para la
convivencia, la paz, el orden social justo y el verdadero progreso de la
humanidad.
Publicado en Cuadernos de Bioética N° 44, 1º
2001
[i]. Justo
Mullor, Introducción a El aborto. Implicaciones políticas, de Michel
Schooyans, Rialp, 1990
[ii]. Juan Pablo
II, Enc. Evangelium vitae, 1995, n. 5
[iii]. cfr. Juan
Pablo II, Evangelium vitae, n. 56 y Catecismo de la Iglesia Católica, n.
2267
[iv]. cfr.
Hesiodo, Teogonía
[v].
Declaración final del III Encuentro de políticos y legisladores de América, en
Ecclesia, 9-X-99.
[vi]. Mensaje
final del II Sínodo de Obispor para Europa, n. 6,
21-X-1999
[vii]. cfr. Juan
Pablo II, Enc. Evangelium vitae, n. 70-71
[viii]. Sólo en
EEUU, se estima que en los 25 años de legalización del aborto que se cumplieron
en 1998 ha habido unos 35 millones de abortos (Aceprensa
16/98).
[ix]. cfr.
Congregación para la Doctrina de la Fe, Inst. Donum vitae, Introducción, n. 2,
1987
[x]. Comité de
América Latina y Caribe para la Defensa de los Derechos de la Mujer, Documento
Nada personal (resumen en El País, Madrid, 20XII-98)
[xi]. cfr.
Louise Fresco, Confrencia Huizinga, Leiden, 18-XII-98
[xii]. cfr.
Pontificio Consejo para la Familia, Evoluciones demográficas.Dimensiones
éticas y pastorales, 1994; Anselm Zurfluh, ¿Superpoblación?, Rialp,
1992
[xiii]. cfr.
C.Epicopal Española, El aborto, 100 cuestiones y respuestas,
1991
[xiv]. M. Warnock, Reflections on the new
United Kingdom legislation on human fertilization and embryology.
International Digest of Health Legislation, 1991; 42 (2):
350-353
[xv]. Luis
Miguel Pastor, El Estatuto del embrión humano, Cuadernos de Bioética, n.
11, 1992, pág. 5-14
[xvi]. cfr. José
Luis Velayos y Luis Santamaría, El comienzo de la vida humana, Cuadernos
de Bioética, n. 20, 1995, págs. 1-9
[xvii]. cfr. por
ejemplo, Günter Rager, Embrión-hombre-persona. Acerca de la cuestión del
comienzo de la vida personal. Cuadernos de Bioética, n. 31, 1997, pág.
1048-1061
[xviii]. cfr.
Fernando Monge, El Estatuto Ontológico del embrión en base a los datos
biológicos, Cuadernos de Bioética, nº 21, 1995, págs.
10-22
[xix]. cfr.
Robert Spaemann, ¿Son todos los hombres personas?, Cuadernos de Bioética,
n. 31, 1997, págs. 1027-1033
[xx]. cfr.
Martin Rhonheimer, Derecho a la vida y Estado moderno, Rialp,
1998
[xxi]. Mt
19,18
[xxii]. cfr.
Evangelium vitae, n. 52
[xxiii].
Ibidem
[xxiv].
Congregación para la Doctrina de la Fe, Inst. Donum vitae, Introd. 5;
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2258
[xxv].
Evangelium vitae, n. 53
[xxvi]. Ibidem, n.
54
[xxvii]. cfr.
Berthold Altaner, Patrología, Espasa-Calpe, 1956, pág. 68
[xxviii]. Didache, I,1; II, 1-2; V, 1 y
3.
[xxix].
cfr.Evangelium vitae, n. 54
[xxx].
Evangelium vitae, n. 57
[xxxi]. Gaudium et Spes,n.
51
[xxxii].
Evangelium vitae, n. 57. Entre otros muchos textos, cfr. también
Mensaje de Juan Pablo II para la celebración de la Jornada mundial de la
paz, 1-I-1999, n. 4, en Ecclesia, 26-XII-98, pág.
20-21.
[xxxiii].
Veritatis splendor, 1993, n. 80
[xxxiv].
Ibidem
[xxxv].
Ibidem
[xxxvi].Veritatis
splendor, n. 81
[xxxvii].Veritatis
splendor, n. 96
[xxxviii]. Pablo VI,
Enc. Humanae vitae, 29 (citado en Veritatis splendor, n.
95)
[xxxix].
Ibidem
[xl]. Entre los
documentos del Magisterio, deben recordarse especialmente la Enc. Humanae vitae
de Pablo VI, y Sexualidad humana: verdad y significado. Orientaciones educativas
en familia, del Consejo Pontificio para la familia, 1996; y los nn. del
Catecismo de la Iglesia Católica sobre el 6º y 9º
mandamiento.
[xli]. cfr.Evanglium vitae, n.
59
[xlii]. cfr Juan
Pablo II, Enc. Fides et Ratio; Romano Guardini, Etica, BAC, 1999; Modesto
Santos, En defensa de la razón. Estudios de Etica, Eunsa, 1999; José Ramón
Ayllón, Etica razonada, Palabra, 1998. Tomás Melendo, Las dimensiones de la
persona, Palabra, 1999. Ricardo Yepes, Fundamentos de Antropología, Eunsa,
1996.
[xliii]. cfr. Nota
de la C.P. de la Conferencia Episcopal Española, El aborto con píldora
también es un crimen, 17-VI-98; Justo Aznar, Lo quehay que saber sobre la
píldora abortiva RU 486, Dimensión de vida, 1999
[xliv]. cfr.
Instr. Donum vitae
[xlv]. cfr.
Documento del Centro de Bioética de la Universidad Católica del Sacro Cuore
(Roma), en LÓsservatore Romano, 14-I99
[xlvi] María
Elósegui, La píldora de cinco años después. Revisión de la Conferencia de El
Cairo sobre población, Aceprensa, 80/99
[xlviii]. Gonzalo
Herranz, Comentarios al Código de Etica y Deontología Médican art.
25,1